Historia natural. Cambio global (causas, efectos, resiliencia). Servicios ecosistémicos



Historia natural:
El origen de la flora en esta provincia biogeográfica, se remonta a principios del Terciario (momento en que empiezan a establecerse los rasgos climáticos típicos del bioma mediterráneo) y continúa con algunas variaciones, hasta el Plioceno.
Derivados de la llamada geoflora arctoterciaria, la cual data de finales del Paleoceno (cuando  existía conexión terrestre entre Norteamérica y Eurasia), son los bosques templados caducifolios, compuestos por géneros como: Picea, Castanea, Abies, Bétula, Fagus, Quercus etc. los cuales desaparecieron casi totalmente en Europa a finales del Terciario y descendieron en latitud, llegando hasta la peninsula Ibérica.
Durante el Messiniense (finales del Mioceno) el clima se volvió seco y árido, al perderse la conexión con el océano Atlántico (colisión entre las placas Ibérica y Africana), produciéndose una desecación casi total de la cuenca mediterránea (crisis de salinidad). Esto supuso una fuerte presión selectiva entre los taxones termohigrófilos (especies paleotropicales) que se refugiaron en enclaves adecuados de esta provincia, ya que en ella siempre hubo contacto con el océano (se suavizaba el clima). Algunos ejemplos de espcies fueron: Psilotum nudum, Laurus nobilis, Rhododendron, Prunus lusitanica y helechos relictos paleotropicales, en general.
Por otro lado, la cuenca del Mediterráneo se convirtió en una vía migratoria de especies de origen estepario oriental, que explica la existencia de los géneros Artemisia, Astragalus, Ephedra, Gypsophila, en esta zona occidental de la península, cuando el clima comenzó a hacerse más frío.
Durante el Plioceno, se estable casi totalmente el clima mediterráneo tal y como lo conocemos (debido al cierre del istmo de Panamá). Este periodo supone el límite para que se  produzcan las  adaptaciones en la flora que dan lugar a los terófitos y a los xerófitos.
Ya en el Pleistoceno (Cuaternario) tienen lugar las glaciaciones. El cambio en el clima tropical/subtropical hasta entonces dominante, conllevó la desaparición casi total de la antigua vegetación tropical terciaria y supuso una situación de marcada regresión en la cubierta vegetal. En la Cuenca del Duero, del Tajo y del Guadiana, había vegetación tipo estepa continental con codominancia del género Artemisia y quenopodiáceas; junto con pinos y enebros como elemento arbóreo más importante (bajo esas condiciones ambientales, el género Juniperus sería de los únicos taxones bien adaptado para poder dominar el interior peninsular, formando el dosel arbóreo). En las áreas de la meseta central, se acentuaron los contrastes térmicos estacionales y diarios, dando lugar a formaciones de Quercus ilex subsp. ballota (encina de la meseta o carrasca) y gran parte de los Quercus marcescentes. La flora asociada fue pobre en taxones al perderse gran cantidad de especies termófilas debido al filtro selectivo que supuso el frío. En ciertos puntos del  Sistema Central, se establecieron refugios para los hayedos (desde donde posteriormente, se expandieron en el último tercio del Holoceno) y junto con Sierra Morena permitieron también refugiarse a árboles de tipo mediterráneo como Quercus caducifolios, Genista sp, Rhododendron ponticum subsp. Baeticum etc. así como a especies de bosques esclerófilos litorales: Olea europaea, Quercus perennes, Erica spp, etc. pero actualmente no se dispone de suficientes datos corológicos y fósiles para probar que existieran   migraciones directas entre el S-W Ibérico y el norte de África, durante las fases de regresión marina del Cuaternario.
En el interestadío tardiglaciar, comienza una recolonización forestal peninsular y  llegan a esta zona de la península especies como Pinus pinaster y P.halepensis procedentes de refugios glaciares en el sistema Ibérico meridional  y en las Cordilleras Béticas. En las zonas más septentrionales, se da la sucesión Juniperus-Bétula- Pinus, dando lugar a que aparezcan robledales en las zonas bajas (principalmente Quercus robur  y  Q.petraea), abedules en zonas oceánicas de montaña y otras especies de pinos en las áreas más al norte y continentales (Pinus uncinata y P.sylvestris).
En el periodo post-glaciar hasta la actualidad, se produce la extensión de la vegetación tipo planifolios (sobre todo en zonas de montaña del macizo Ibérico) y la vegetación esteparia queda reducida a zonas de montaña, donde se localizan las landas, compuestas por formaciones arbustivas como brezo, retama etc. Tras el robledal aparece el bosque mixto atlántico (coníferas y caducifolios) y por último los pinares, que sufrieron reducciones progresivas hasta quedar actualmente relegados a la sierra de Gredos y de Guadarrama.
Cambio global, resiliencia y servicios ecosistémicos
Los ecosistemas mediterráneos están sometidos a los cinco motores principales de cambio ambiental que quedan englobados en el concepto de cambio global (cambio climático, alteración del hábitat, contaminación, invasiones biológicas y sobreexplotación).

Existen notables diferencias en la importancia de algunos de estos motores de cambio entre las zonas Sur y Norte de la Cuenca Mediterránea ya que, mientras en la primera predomina la sobreexplotación de los recursos, asociada con problemas erosivos graves, en la segunda va siendo cada vez mas importante el abandono de usos tradicionales, llevando  asociados cambios muy significativos en la funcionalidad y diversidad de los ecosistemas.

Los impactos directos del cambio climático sobre la diversidad vegetal se producen a través de dos efectos antagónicos: el calentamiento y la reducción de las disponibilidades hídricas.
La “mediterraneización” del norte peninsular y la “aridización” del sur son algunas de las tendencias más significativas.

La  lentitud de algunos procesos, como los de la regeneración natural de ciertas especies del género Quercus, compromete la viabilidad a largo plazo del bosque mediterráneo, ya que una de las características de nuestro tiempo es la aceleración de las tasas de cambio ambiental. De esta forma, los procesos microevolutivos, que pueden darse en plazos de tiempo cortos en sistemas como las lagunas temporales y compensar así los efectos negativos de una tasa de cambio ambiental muy rápida, no son operativos para especies longevas y de lento crecimiento como las encinas (Rice y Emery, 2003).

Uno de los procesos más significativos ocurridos ha sido la sustitución de bosques de robles caducifolios y marcescentes por bosques de especies esclerófilas como la encina. Los resultados de simulaciones fitoclimáticas demuestran que este proceso podría haber sido causado, tanto por un cambio climático debido al incremento de la temperatura, como por la erosión del suelo inducida por las actividades humanas (González Rebollar et al., 1995).

Como consecuencia de la influencia humana, una parte del bosque mediterráneo fue destruido para crear cultivos y pastos, mientras que el resto fue transformado en monte bajo para la producción intensiva de carbón y leña, debido a su gran capacidad para el rebrote (por ej., Quercus pyrenaica, Q. faginea). Por tanto, algunos de los bosques originales han desaparecido, mientras que otros han sido muy alterados en su estructura y funcionamiento, pasando a tratarse en régimen de monte bajo.



 
La diversidad biológica de los sistemas mediterráneos ha estado siempre afectada por las actividades humanas.




Otro factor a mencionar es la reconversión de las cabañas ganaderas de muchas dehesas españolas, antaño de ovejas y ahora principalmente de vacas, está provocando cambios en las comunidades de pastizal que pueden tener graves consecuencias para la biota. La eliminación del matorral, realizada tradicionalmente mediante siega manual o cadenas giratorias, se hace hoy roturando el terreno con maquinaria pesada, lo que altera notablemente el suelo. El resultado de estos y otros cambios del manejo de las dehesas es una simplificación del ecosistema que supone la pérdida de calidad de los pastos, y la degradación o, incluso, desaparición de comunidades vegetales con una importancia destacada en sistemas ganaderos, como es el caso de los majadales. De otro lado, la emigración rural, con el consiguiente abandono de muchas explotaciones ganaderas, está conduciendo a la pérdida de grandes superficies de pastizales en nuestro país.

La vegetación mediterránea ha sufrido profundos cambios climáticos  durante los últimos miles de años, y en tiempos más recientes, con alteraciones en el régimen de perturbaciones (e. g., por fuego) y en el nivel de explotación de los ecosistemas (e. g., pastoreo, carboneo y leña más notable en la provincia Luso- Extremadurense). Esta combinación de factores bióticos y abióticos ha permitido que algunos ecosistemas forestales hayan sido capaces de absorber el estrés que supusieron los cambios climáticos.
 Estudios recientes han revelado un hecho preocupante: la falta de regeneración natural del arbolado en la dehesa, un fenómeno muy ligado a factores naturales (Pulido et al., 2001).
Los árboles jóvenes también son afectados y, además, sufren pérdidas debidas a las sequías y al labrado de la tierra. La consecuencia es que el desarrollo de los árboles jóvenes en estos ecosistemas es muy excepcional, lo que condiciona el aspecto de la población arbórea con individuos de gran tamaño dispersos por un pastizal en el que emergen algunas matas brotando de sus raíces. Tal estructura de edades puede significar que los árboles actuales no tendrán reemplazo tras su muerte, lo que puede derivar en una disminución de la densidad del arbolado o, en el caso extremo, en la reducción del territorio cubierto por dehesas. Para evitarlo, es posible que haya que fomentar prácticas tales como abandonos periódicos o exclusiones selectivas del ganado. Es por ello que  una gestión sostenible de los ecosistemas podría aumentar la resiliencia(capacidad de recuperación al estado anterior a la perturbación) de los mismos.

Todos estos procesos son resultado de un cambio global influenciado tanto por las dinámicas evolutivas de los ecosistemas como por  el impacto de la acción humana. Es de gran importancia el estudio y  conocimiento de estos procesos para realizar una correcta gestión que minimice los graves efectos ocasionados.

Servicios ecosistémicos: contribuciones directas o indirectas de los ecosistemas al bienestar humano.


 Fuente: Javier Cabello
La finalidad principal de las dehesas es proporcionar pasto para el ganado, aunque en ellas se desarrollan otros usos que permiten obtener diferentes recursos a lo largo del año. Esta diversificación de los aprovechamientos está muy ligada a la estructura del sistema, consistente en un estrato arbóreo (60 árboles/ha),y otro herbáceo. Los árboles son usados para la producción de leña y carbón vegetal, corcho en  lugares donde predomina el alcornoque, y también para la alimentación de cerdos ibéricos en régimen de montanera (Herrera, 2004) , servicios de abastecimiento, regulación…
También encontramos servicios culturales en la provincia, ya que existen numerosos espacios naturales protegidos donde realizar actividades en la naturaleza, y en los que la actividad científica de investigación también está presente. 


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